Muchos de los ataques se dirigían contra su persona. Pero san Josemaría vivía desprendido de sí: sólo deseaba servir a Dios, cumplir su misión. Por eso, una noche de 1942 se arrodilló frente al Sagrario y le dijo al Señor: —“Si tú no quieres mi honra, yo, ¿para qué la quiero?”
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